viernes, 27 de julio de 2007

El Cazador

No me gusta este cuento para nada, pero tampoco se me ocurre como mejorarlo, así que no le voy a dedicar muchas palabras. El conejito con el panqueque en la cabeza finalmente me convenció de postearlo y a otra cosa. Helo aquí:


El Cazador

Una vez seguro de que estaba bien escondido entre los arbustos, abandonó su posición de caza y se sentó, estirando las piernas y los brazos adormecidos. Hace ya dos horas que, le informaba su reloj de muñeca, reptaba boca abajo a la sombra de los árboles altos e imponentes de la ladera. El suelo humedecido le había empapado las ropas, camufladas con la vegetación circundante, pero había previsto esa posibilidad y llevaba debajo una malla impermeable que lo protegía. Desempañó los protectores oculares que traía, de vidrios polarizados, y vio en el reloj la fecha.

Era el décimo día de cacería, el décimo día desde que había llegado a esta montaña solitaria en este rincón perdido del mundo. Más tiempo del que le había tomado jamás hacerse con ninguna presa, sin duda, pero no tenía prisa: la paciencia era la clave del buen cazador, y él era el mejor. Si bien el inusual método por el que tendría que detectar la presencia de su víctima lo irritaba (no había encontrado ninguna fuente fiable que describiera con exactitud aquel sonido), estaba completamente determinado a triunfar donde tantos otros habían fracasado. Él sería el campeón, único entre cientos, pensó, saboreando por anticipado la gloria. Nadie había logrado jamás conquistar a este especímen en particular, ni siquiera en las más alocadas historias.

Terminó de comer algunos trozos de pan y volvió a su posición anterior. El avance era lento de esta manera, pero sabía que no había otra forma: los ojos de su presa, infinitas veces superiores a los suyos, lo detectarían a cientos de metros si se desplazaba erguido. Por esa razón debía moverse lentamente, al raz del suelo, esperando oir el canto delator.

Con los ojos cerrados y los oídos aguzados a la espera de aquella señal tan peculiar, repasó, quizás por aburrimiento, los pasos a seguir cuando finalmente llegara el ansiado llanto a sus oídos. Esperar hasta tener buen ángulo, y luego rodilla en la tierra, rifle en las manos y un solo disparo directo entre los ojos, con una de las balas especiales que había conseguido para la ocasión. Lo imaginó, pese a que no sabía realmente cómo se veía su víctima, imaginó el disparo y la satisfacción morbosa y familiar de la victoria. Le preocupaba apuntar con los protectores polarizados puestos, pero entendía que no había alternativa, no si quería poder apuntar en absoluto.

Estaba sumido en estas cavilaciones cuando un grito, un canto, un llanto, una melodía indescriptible rasgó el aire y llegó hasta sus oídos, congelando su cuerpo y su mente. En aquel momento, el cruel depredador, el impasible victimario, el cazador de innumerables trofeos, sólo pudo acertar a maravillarse ante la belleza de las notas terribles que mantenían atadas sus manos y sus pensamientos.

Entonces lo vio, aterrizando en un claro a pocos pasos de su escondite. La magnífica criatura azotaba el aire con sus poderosas alas, encendidas de carmesí, cegadoras, espléndidas; trayendo hasta él con cada golpe los versos de horrible hermosura de aquel canto eloquecedor. Dos ojos de color ardiente se clavaron en los suyos, encantadores, aterradores, nobles, acusadores.

Desarmado desde lo más íntimo, incapaz de contener las lagrimas que ya corrían libres por sus mejillas, se levantó y avanzó torpemente hacia la figura majestuosa, hacia la bestia terrible, abandonando toda pretensión de permanecer oculto. Arrastrando la terca correa del rifle, atada a su muñeca, cubrió la distancia que lo separaba del ave, que se erguía por encima de su cabeza, mirándolo con sus ojos inquisidores. Sin poder reprimir el llanto audible que escapaba por su boca, apenas capaz de soportar el calor del fuego, se arrodilló ante la maravillosa monstruosidad de la criatura, ante el rugir de las llamas, ante la mirada penetrante de aquellos ojos carmesí. Se desprendió de su arma sin desviar la vista y, con ambas palmas contra el suelo, intentó desesperadamente murmurar la palabra que se negaba a brotar de sus labios: "perdón".

Y entonces, sin previo aviso, todo había terminado. El derrotado cazador miró en derredor, buscando algún rastro del terrible milagro que había vivido, pero ninguno se le ofreció. Sin levantar su arma, se obligó a ponerse de pie y caminó en silencio, lentamente, vencido. Finalmente, demasiado tarde, comprendía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece o antes estaba al revéz el cajón?
Creo que quizás me tome tiempo para leerlo =p

Anónimo dijo...

A mi me gustó. Puede que la línea final insinúe con demasiada oscuridad el mensaje. ¿comprendió por qué nadie lograba cazarlo? La simple grandiosidad de la belleza inhibió su ser asesino, o era un arma arteramente usada por el animal? De todas formas me gustó