sábado, 28 de julio de 2007

OchentaCentavos.com.ar

Así es, ahora www.ochentacentavos.com.ar además de ochenta-por-favor.blogspot.com

No digo más que acabo de llegar y estoy muriéndome de sueño.

Saludos!

viernes, 27 de julio de 2007

El Cazador

No me gusta este cuento para nada, pero tampoco se me ocurre como mejorarlo, así que no le voy a dedicar muchas palabras. El conejito con el panqueque en la cabeza finalmente me convenció de postearlo y a otra cosa. Helo aquí:


El Cazador

Una vez seguro de que estaba bien escondido entre los arbustos, abandonó su posición de caza y se sentó, estirando las piernas y los brazos adormecidos. Hace ya dos horas que, le informaba su reloj de muñeca, reptaba boca abajo a la sombra de los árboles altos e imponentes de la ladera. El suelo humedecido le había empapado las ropas, camufladas con la vegetación circundante, pero había previsto esa posibilidad y llevaba debajo una malla impermeable que lo protegía. Desempañó los protectores oculares que traía, de vidrios polarizados, y vio en el reloj la fecha.

Era el décimo día de cacería, el décimo día desde que había llegado a esta montaña solitaria en este rincón perdido del mundo. Más tiempo del que le había tomado jamás hacerse con ninguna presa, sin duda, pero no tenía prisa: la paciencia era la clave del buen cazador, y él era el mejor. Si bien el inusual método por el que tendría que detectar la presencia de su víctima lo irritaba (no había encontrado ninguna fuente fiable que describiera con exactitud aquel sonido), estaba completamente determinado a triunfar donde tantos otros habían fracasado. Él sería el campeón, único entre cientos, pensó, saboreando por anticipado la gloria. Nadie había logrado jamás conquistar a este especímen en particular, ni siquiera en las más alocadas historias.

Terminó de comer algunos trozos de pan y volvió a su posición anterior. El avance era lento de esta manera, pero sabía que no había otra forma: los ojos de su presa, infinitas veces superiores a los suyos, lo detectarían a cientos de metros si se desplazaba erguido. Por esa razón debía moverse lentamente, al raz del suelo, esperando oir el canto delator.

Con los ojos cerrados y los oídos aguzados a la espera de aquella señal tan peculiar, repasó, quizás por aburrimiento, los pasos a seguir cuando finalmente llegara el ansiado llanto a sus oídos. Esperar hasta tener buen ángulo, y luego rodilla en la tierra, rifle en las manos y un solo disparo directo entre los ojos, con una de las balas especiales que había conseguido para la ocasión. Lo imaginó, pese a que no sabía realmente cómo se veía su víctima, imaginó el disparo y la satisfacción morbosa y familiar de la victoria. Le preocupaba apuntar con los protectores polarizados puestos, pero entendía que no había alternativa, no si quería poder apuntar en absoluto.

Estaba sumido en estas cavilaciones cuando un grito, un canto, un llanto, una melodía indescriptible rasgó el aire y llegó hasta sus oídos, congelando su cuerpo y su mente. En aquel momento, el cruel depredador, el impasible victimario, el cazador de innumerables trofeos, sólo pudo acertar a maravillarse ante la belleza de las notas terribles que mantenían atadas sus manos y sus pensamientos.

Entonces lo vio, aterrizando en un claro a pocos pasos de su escondite. La magnífica criatura azotaba el aire con sus poderosas alas, encendidas de carmesí, cegadoras, espléndidas; trayendo hasta él con cada golpe los versos de horrible hermosura de aquel canto eloquecedor. Dos ojos de color ardiente se clavaron en los suyos, encantadores, aterradores, nobles, acusadores.

Desarmado desde lo más íntimo, incapaz de contener las lagrimas que ya corrían libres por sus mejillas, se levantó y avanzó torpemente hacia la figura majestuosa, hacia la bestia terrible, abandonando toda pretensión de permanecer oculto. Arrastrando la terca correa del rifle, atada a su muñeca, cubrió la distancia que lo separaba del ave, que se erguía por encima de su cabeza, mirándolo con sus ojos inquisidores. Sin poder reprimir el llanto audible que escapaba por su boca, apenas capaz de soportar el calor del fuego, se arrodilló ante la maravillosa monstruosidad de la criatura, ante el rugir de las llamas, ante la mirada penetrante de aquellos ojos carmesí. Se desprendió de su arma sin desviar la vista y, con ambas palmas contra el suelo, intentó desesperadamente murmurar la palabra que se negaba a brotar de sus labios: "perdón".

Y entonces, sin previo aviso, todo había terminado. El derrotado cazador miró en derredor, buscando algún rastro del terrible milagro que había vivido, pero ninguno se le ofreció. Sin levantar su arma, se obligó a ponerse de pie y caminó en silencio, lentamente, vencido. Finalmente, demasiado tarde, comprendía.

Subir el ánimo

Bueno, veo que a la gente no le está copando mucho el blog, así que acá tienen un conejito con un panqueque en la cabeza.

miércoles, 25 de julio de 2007

Prólogo

Me pareció un buen momento para subir algo. Y esto es lo mas algo que encontre. No es un cuento, no es un poema, no es un ensayo, es un algo. Ah, me olvidaba, este no es un prologo de verdad, este se lee. Ferné con coca para todos.


Prólogo

Aquí estoy, sentado frente a la computadora con la difícil tarea de escribir un prologo para mi novela y realmente no se que escribir. No se quien invento el prólogo pero es algo realmente estúpido. Pase dos años y medio escribiendo una novela para que el tarado del editor me aconseje (léase obligue) escribir un prologo. Como no tengo que mas decir y los agradecimientos están en otra parte de el libro, voy a usar el prologo para dirigirme a los lectores que son críticos (no a la gente que critica, sino a los que trabajan de eso). Así que si usted no es un crítico, podría dejar de leer o no, haga lo que le plazca. Bueno, no lo que le plazca, no le estoy recomendando que salga a robar, me corrijo, haga lo que tenga ganas de hacer dentro de los límites establecidos por la sociedad. A continuación una pequeña, mínima si se quiere, recomendación para usted, en el caso de que sea un crítico:


Yo a usted lo mataría. Lo mataría sin siquiera pensarlo dos veces. Tenga cuidado cuando critique mi libro, tenga mucho cuidado. Ya he matado antes, y probablemente seguiré matando. Se quien es usted, se donde vive. No me pruebe. Enserio.


Muchas gracias, disfrute del libro.

lunes, 23 de julio de 2007

Apocalipsis

Y este, señora lectora y señor lector, es un personaje que tiene bastante de mí en un momento de mi vida, y otro poco de mí en toda mi vida.
Bueno, básicamente eso, espero que lo disfruten, a mí personalmente me gusta, a pesar de su escasa longitud y complicada colocación de adjetivos, por así decirlo.

Apocalipsis

Era imposible, no podía seguir. La situación lo acogotaba dejándolo sin aire una y otra vez. Todas sus energías y pensamientos estaban puestos en ella.

Pero no era la intensidad del problema, capaz de tumbar al más fuerte, lo que atormentaba su alma, sino la copiosa intervención de éste en su sentir.

Se sentaba, se acostaba, se volvía a sentar. Oía música sin escuchar, miraba televisión sin ver, pero con la escritura era diferente; escribía sintiendo, llorando y descargando dolores y penas. Escribía poesía, o así llamaba él a esa sucesión de versos de variada duración hilados por una causa común.

“Histeria”, “ambigüedad”, “indecisión”; se había encargado de tachar todas ésas palabras de su diccionario. Su afición por los números lo había llevado a profesar cierto odio por el 23, luego por el resto de los primos y finalmente por el infinito resto de los números.

Pero más que nada odiaba a ella. La odiaba por ambigua, indecisa, histérica. La odiaba por lastimarlo aquél 23. La odiaba por ser la causa de la situación que lo agobiaba y de la cual era imposible salir.

06/06/06

domingo, 22 de julio de 2007

Caramelos

En realidad, le "tocaría" publicar a Ale su momento bizarro del día, pero como no lo está haciendo, aprovecho yo para guardar en el fondo del cajón una huevada que escribí ayer. Ayer a las 7.30 am, a la vuelta de GOA, así que tengan en cuenta eso a la hora de juzgar la calidad xD. Trata una situación prácticamente cotidiana, en estos días de crisis cambiaria (?), pero no les digo más, porque si hablo tres renglones de un texto que tiene quince, lo cuento entero.

Saludos!


Caramelos


- ¿Te puedo dar unos caramelos?

No, no me podés dar unos caramelos. No quiero tus jodidos caramelos, quiero mi vuelto, mis monedas. Siempre me salís con lo mismo, ¿me ves cara de boludo? ¿A todos los que están atrás les vas a dar caramelos, también, o para ellos sí tenés monedas? No, claro, a ellos les vas a dar las monedas que les tengas que dar, al gil que le embocás siempre los caramelos, es a mí. Conmigo te ahorrás todo el cambio necesario para dárselo a los malvivientes que hacen fila acá atrás mío, ya me tenés podrido. Además, no jodas, es tu deber tener moneditas, andá al banco y cambiá, no me vengas a embocar caramelitos cada vez que vengo a tu infeliz local a comprar algo. Ni siquiera me gustan esos putos caramelos que me das siempre, ya no te los aguanto más. ¿Sabés qué podés hacer con todo este lugar de mierda? ¿Sabés qué podés hacer con tus caramelitos?

- Ponelos en la bolsa, no hay problema.

jueves, 19 de julio de 2007

Chau


No, no cerramos el blog, "Chau" es el título del escrito que le(s) vengo a presentar hoy... Es un texto más viejo que el anterior .
Hacía bastante tiempo que no escribía y no se me ocurría qué joraca escribir, un día en el 113 pensé algo así como empezar a escribir con una palabra que sea de final, de despedida, y así nació este texto, fiel reflejo además de una época en la que me empezó a interesar el uso de los espacios en la hoja (aunque acá el señor José Blog me borre los espacios y eso no se pueda apreciar) para indicar diferentes cosas.
Libertad e independencia para todos (viva la revolución).

Chau


Chau. Ya me fui, ya no estoy.
Nunca estuve en realidad,
Una imagen fui siempre
Dibujada en tu ser y
Yo que creía ser más…


Nunca fui algo sino por vos,
Nunca hice nada sino para vos,
Nunca pensé algo ajeno a vos.
Nunca viví por mí nunca hasta hoy.


Por eso: chau. Quiero ser yo,
Quiero alejarme de tu ser
Quiero ser algo alejado de vos.
Para al fin ser y no depender.

29/IV/06




Micaela y Miguel


Hoy en el último cajón de abajo, hay un cuentito con moraleja. Es algo que estuve pensando mucho últimamente, con algunos de ustedes lo charlé. A mí me gusta bastante, espero que a ustedes también.


Micaela y Miguel

Ella se llama Micaela. No es ni muy alta, ni muy baja, lo justo. Es delgada, de piel pálida, y sabe imprimir en su andar ese nosequé que las mujeres hacen cuando caminan, ese que duerme la mirada y despierta los instintos. Sobre sus hombros caen rulos dorados, la envidia de sus amigas, que sirven de marco a un rostro de rasgos finos, nobles, y a un par de ojos verde agua que le robarían una lágrima al más desalmado. Parece un ángel.

Él se llama Miguel. Es alto, ancho de hombros, con el cuerpo de un atleta, y tiene ese porte de seguridad y confianza que añade mil veces al carisma de los hombres. Igual que ella, es rubio; en contraste, lleva el pelo corto y una barba apenas crecida, que lo hace ver más maduro. A Micaela le encantaría Miguel, y a él le encantaría ella.

Ella estudia Derecho. Al padre, médico, le habría gustado que eligiera Medicina; pero Micaela no quiso saber nada de eso: le aterran las agujas, la sangre, y todo lo demás. Es apreciablemente inteligente, dedicada, y sabe además divertirse cuando no está en las aulas. A Miguel le despertaría simpatía la cobardía de ella, y le fascinaría su mezcla de responsabilidad y desenvoltura.

Él sí estudia Medicina. Irónicamente, sus padres son ambos abogados, y de haber elegido esa profesión, le habría resultado sencillo procurarse una posición de privilegio; pero su interés por las leyes, de existir, jamás se despertó. Miguel es astuto, rápido, como refleja su agudo sentido del humor, y tiene calificaciones destacables. Al mismo tiempo, es activo, espontáneo, y no desperdicia una sola noche. A Micaela le gustaría eso de él.

La mañana del día en que iban a conocerse, Micaela se despertó diez minutos antes de que sonara el despertador. Se apuró en bañarse y vestirse, así podía después detenerse un buen rato en el café Mirage, a hojear diarios y tomar café bueno, para variar. Hace meses que no lo hacía. Llegó al lugar aún con más tiempo del que había previsto, pero no leyó nada: ese día, por alguna razón, decidió sencillamente mirar por el ventanal, como esperando a que llegara alguien.

Esa misma mañana, Miguel tenía planeado terminar un informe en un café de camino a la facultad, el café Mirage. Se levantó diez minutos antes de oir sonar el reloj, se dio vuelta en la cama y miró las agujas girar durante un rato largo. El trabajo, pensaba, lo podía terminar la mañana siguiente, o cualquier manaña hasta dentro de quince días, para el caso. Algo le decía que debía levantarse, un sentimiento indescriptible, pero lo reprimió, volvió a poner la alarma, y hundió la cabeza en su almohada.

En ese mismo momento, en otro rincón del mundo, un abuelo charla con su nieto, de trece años. Le está diciendo algo acerca de las oportunidades, la vida y lo impredecible, algo sobre hacer o dejar de hacer, sobre no dejar pasar ocasiones únicas, algo así. El nieto no está seguro de entender. Hace rato que, aburrido de escuchar a su abuelo, no le presta atención. Casualmente, el nieto se llama Miguel.

miércoles, 18 de julio de 2007

Tres Cuadras

¡Bueno bueno! Faltaba el mío para completar la apertura de Ochenta Centavos. El texto que aporto hoy es algo depre: sucede que justo antes de empezar a escribirlo, terminé de ver una película que trataba de algo en estas mismas líneas, y bueno, me quedé pensando. No me pueden venir a acusar de gay a mí, de todas maneras, no cuando la sección de fede se llama "el rincón alegre de Fedufé".
Comenten, así voy mejorando. Si la crítica es muy dura, no se la guarden! Díganmela por msn, así puedo putearlos en respuesta.
Antes de pasar al relato, quiero decir que soy consciente de que el título apesta. No se me ocurrió otro mejor. El final tampoco me gusta, pero nunca me gusta del todo nada de lo que escribo, así que lo mando y fue.


Tres Cuadras

Recién tres cuadras después del portazo, cuando doblo una esquina y el viento me llena los ojos de llovizna, me empiezo a dar cuenta de lo que pasó. Hace ya buen rato que el frío de la noche me heló los dedos, pero estaba tan hundido en pensamientos acalorados que no lo noté antes. Escondo las manos en los bolsillos de la campera, que por suerte me acordé de agarrar en medio de los gritos. No sé cuándo fue que lo hice, de toda esa parte me acuerdo muy poco: parece que en algún momento guardé las llaves y me puse las zapatillas, también, aunque no me até los cordones. Hace tres cuadras que los vengo mirando, porque no levanté la vista del piso, y recién ahora los veo.

De todo lo demás, pienso mientras paro en un semáforo en rojo, me acuerdo muy bien. Demasiado bien. ¡Las cosas que dije, las que me dijo! Apenas bajo la guardia, la ira se me va de repente, sin ceremonias, me deja solo a merced del frío. Desprotegido, me doy cuenta de que lo único que me mantenía entero era ese enojo, y que ahora dio paso a la culpa, o a la tristeza, o andá a saber qué, o todo eso junto. Sí, mil toneladas de todo eso junto.

Empiezo a repasar toda la conversación, desde el principio. Pero, ¿cómo había empezado, todo esto? Ya ni me acuerdo, ¿puede ser que no me acuerde? ¿Nos pusimos a gritar de pronto, sin aviso? ¿Porqué carajo no tengo registro de lo que pasó antes, tampoco?. Y entre ese “antes” y el silencio de despedida en el ascensor, lejos de olvidarme de nada, lo tengo todo impreso en las pestañas. Sin pedirme permiso, mi cabeza revive palabra por palabra toda la conversación, toda la discusión, todo el griterío. Pensándolo ahora, lo más terrible no fueron los gritos, o los insultos, o la montaña de frases hirientes que nos echamos encima, en ese momento el enojo nos escudaba de cualquier cosa; lo más terrible fue ese silencio que vino después. No sé cuánto tardó el ascensor en llegar a planta baja, o cuántos kilómetros medía el tramo hasta la puerta, pero a mí se me hizo insoportable. Y no pude decir una palabra hasta que ya estaba del otro lado del vidrio.

“Hasta nunca”, le mandé, y ya tengo la mano en el celular para llamarla de nuevo. No tengo ni siquiera que sacarlo del bolsillo, mis dedos se saben ese recorrido de memoria, pero paro sin haber marcado más de tres números. ¿Cómo la voy a llamar ahora, después de todas las cosas que le dije? Cuatro números. ¿Y si ella está pensando lo mismo que yo? Cinco, seis. ¿Y si me corta, o si ve que soy yo y ni siquiera me atiende? Siete, marco despacio, ocho números, y de pronto le doy treinta veces al botón de borrar, como para estar seguro.

No, no la puedo llamar ahora. Encima, el semáforo está otra vez en rojo. ¿Qué hice, me quedé parado toda una luz verde y me la perdí? Parece que sí, que más de una, porque ahora que veo, hace media hora que me fui de su casa. Mientras tanto, la llovizna terminó de empapar mi campera, que ahora ya no me defiende del frío, y llevo tanto tiempo parado que mis piernas se quejan como si hubiera corrido todo el camino (¿o es que corrí todo el camino?). Antes de terminar de decidir si sentarme un rato o no, ya recorrí los tres metros que me separaban del escalón de entrada de un edificio, en donde finalmente me derrumbo.

¿Otra vez estoy pasando mentalmente por toda la escena? ¡Basta! Al menos, veo toda la discusión en un solo vistazo, como si estuviera mirando un album de fotos, menos doloroso que un recuerdo detallado. E incluso ahora, media hora más tarde, cuando me vuelve a la cabeza la parte del ascensor, me duele muchísimo más que todo lo anterior. Fue el sello, la firma que hizo auténtica la conversación, sin esa parte sería todo menos, ... definitivo.

Vuelvo una vez más a la realidad, y estoy mirando el celular de frente: lo sostengo con las dos manos, apenas separado de mi nariz. Esta vez no marco nada todavía, antes clavo los ojos en donde dice “3:43 am”. Es capicúa, y lo primero que me imagino es que se lo muestro a ella, se lo hago notar, y se ríe, y me dice lo mismo que me dice siempre que comento alguna pavada. ¿Y si no lo vivo nunca más? ¿Cuándo fue la última vez que la hice reir así? No me acuerdo. Si sabía que era la última, me aseguraba de no olvidármela jamás, pero ahora ya es tarde.

No se puede terminar todo así, ... ¿o sí? Sigo con la vista en la pantallita. Arriba del ahora “3:47 am” empiezan a aparecer los dígitos del número de su casa, los debo estar marcando yo. Miro y miro el número, ahora completo, pero por segunda vez no puedo apretar “llamar”. Sencillamente no puedo, mi cerebro no quiere enviar la orden.

Me levanto, y antes de darme cuenta, mis pies están deshaciendo el camino hasta la casa de ella; yo estoy demasiado confundido como para detenerlos. Pienso cien mil cosas que no le voy a terminar diciendo nunca, lo sé perfectamente, pero de cualquier manera las ordeno en mi mente. Cuando la tenga enfrente voy a tener que improvisar: todo plan previo se va a evaporar ni bien me clave esos ojos suyos, profundos, que ya conozco tan bien. No sería la primera vez que pasa, ¡y por favor que no vaya a ser la última!.

Ya hace diez minutos que tengo el índice apoyado, sin hacer fuerza, en el botón del portero eléctrico. Inútilmente, planeé todo lo que tengo que decirle; ya me imaginé cómo la voy a abrazar, dónde la voy a besar y qué palabras voy a usar para las mil y un disculpas que le debo. Tengo que apretar el botón, nada más que eso, ¿porqué me cuesta tanto?

Algo me sacude de mis pensamientos, y me asalta una sensación de inminencia insoportable. ¿Es el ruido de un auricular que se levanta? ¿Apreté sin darme cuenta?

“... ¿sos vos?”, pregunta una voz cansada de llorar, su voz. Sí, apreté sin darme cuenta el maldito botón, y ahora tengo que decir algo. ¡Si sólamente se me fuera el nudo en la garganta que no me deja hablar!, pienso, y mientras tanto empieza a formarse en mi cabeza la idea de dar media vuelta e irme. ¡Tengo tanto miedo! Ahora me doy cuenta, por eso es tan tentador, ¡pero no puedo irme así, no después de haber llamado!

En menos de un segundo, sin haber dicho una palabra, estoy de nuevo a más de tres cuadras, esperando al semáforo y mirando mis cordones desatados, sin verlos en realidad, con los ojos fijos en el recuerdo.

Golpe de Suerte

Oh, tenemos un blog. Ahora entramos al club de campo si o si. Pero no se confunda lector/a, no lo tenemos para reinvidicar la literatura, para bucear en las profundidades de la mente humana o para competirle el rating a bailando por un sueño... esto, señoras y señores, lo hacemos por la coca con ferné y la fama. Pitufantastico. Ahora, sin mas demora, Ale presenta el momento bizarro del día:


Golpe de Suerte

M era una persona normal. Bueno, normal dentro de lo que una persona puede ser. No hay nadie normal. M era una persona. M pasó toda su vida esperando un golpe de suerte. Un día, él soñaba, entraría al 105, ese colectivo que tiene la eterna propaganda de lucky strike siempre pegada a la luneta, y sacaría un boleto capicúa, la mujer de quien siempre había estado enamorado le declararía su amor, se pagarían espontáneamente todas sus deudas, los científicos curarían el cáncer, su reloj dejaría de estar tres minutos atrasado, los chicles volverían a valer cinco centavos cada uno, los dj’s ya no serían considerados músicos, los políticos se tornarían honestos, y ese lunar peludo con forma de bota que tenía abajo del brazo, justo al lado de la axila, desaparecería.
Pero cierto día todo cambio. Una persona muy sabia, con muchos kilómetros recorridos y ya sin tantos por recorrer, le dijo a M algo muy importante: “No hace falta que saques un boleto capicúa para que sea un buen día.”. Ese mismo día M subió al 105, ese colectivo que tiene la eterna propaganda de lucky strike pegada siempre en la luneta, mas motivado que nunca, motivado para moldear su destino, para cambiar el mundo. Pidió uno de ochenta, puso las monedas una a una y sucedió algo muy raro, cayo el boleto numero 123321. M pensó que esta era una señal divina, toda su vida esperando un golpe de suerte, y el día que decidió no esperarlo sino buscarlo, ese golpe llegó. M podría conquistar a su enamorada, pagar sus deudas, adelantar su reloj a la hora exacta, formar una banda para desprestigiar a los dj’s y finalmente hacerse remover ese molesto lunar peludo con forma de bota que tenia abajo del brazo, justo al lado de la axila. M sería un hombre feliz.




Esa misma tarde, a M, el 105, ese colectivo que tiene la eterna propaganda de lucky strike pegada siempre en la luneta, lo paso por arriba. Pero querido lector, no deje que el desafortunado final de esta historia lo desanime, usted puede moldear su futuro, es mas, salga ya mismo al mundo, a moldear su futuro. Pero por favor, mire a ambos lados antes de cruzar.

M.L.H<

Bueno, tengo el honor de empezar a transitar el camino de este espacio.
Y decidí subir primero este texto que escribí en las vacaciones de invierno pasadas (dentro de unos dias le festejamos el cumpleaños) en un momento de una especie de tristeza melancólica o algo así, pero que al parecer no me inspiró para escribir mariconadas sino algo que al fin y al cabo me terminó gustando. El título es dedicado a la persona que me llevó a ese "estadio" y bueno, espero que le(s) guste (vaya uno a saber si lo va a leer más de uno).

M.L.H

Empieza un escrito, nace una pieza.
Una hoja en blanco, perfecta,
con todas sus líneas, también perfectas,
se mancha de tinta, de desprolijidad.
O un montón de píxeles blancos
son ennegrecidos con tinta virtual.

Continúa un escrito, crece una pieza.
La hoja ya no es perfecta ni blanca,
las palabras imprimieron en ella sentimientos
tan negros como la misma tinta,
aunque a veces rojos, verdes…

El escritor escribe para descargarse.
El lector lee para entretenerse o
sólo enterarse que alguien sufre.
Las palabras se agrupan obedeciendo a su dueño.

Termina un escrito mas la pieza no muere,
pasa a formar parte de cualquiera que la lea,
que gaste en ello una fracción de su vida.

27/07/06