miércoles, 18 de julio de 2007

Tres Cuadras

¡Bueno bueno! Faltaba el mío para completar la apertura de Ochenta Centavos. El texto que aporto hoy es algo depre: sucede que justo antes de empezar a escribirlo, terminé de ver una película que trataba de algo en estas mismas líneas, y bueno, me quedé pensando. No me pueden venir a acusar de gay a mí, de todas maneras, no cuando la sección de fede se llama "el rincón alegre de Fedufé".
Comenten, así voy mejorando. Si la crítica es muy dura, no se la guarden! Díganmela por msn, así puedo putearlos en respuesta.
Antes de pasar al relato, quiero decir que soy consciente de que el título apesta. No se me ocurrió otro mejor. El final tampoco me gusta, pero nunca me gusta del todo nada de lo que escribo, así que lo mando y fue.


Tres Cuadras

Recién tres cuadras después del portazo, cuando doblo una esquina y el viento me llena los ojos de llovizna, me empiezo a dar cuenta de lo que pasó. Hace ya buen rato que el frío de la noche me heló los dedos, pero estaba tan hundido en pensamientos acalorados que no lo noté antes. Escondo las manos en los bolsillos de la campera, que por suerte me acordé de agarrar en medio de los gritos. No sé cuándo fue que lo hice, de toda esa parte me acuerdo muy poco: parece que en algún momento guardé las llaves y me puse las zapatillas, también, aunque no me até los cordones. Hace tres cuadras que los vengo mirando, porque no levanté la vista del piso, y recién ahora los veo.

De todo lo demás, pienso mientras paro en un semáforo en rojo, me acuerdo muy bien. Demasiado bien. ¡Las cosas que dije, las que me dijo! Apenas bajo la guardia, la ira se me va de repente, sin ceremonias, me deja solo a merced del frío. Desprotegido, me doy cuenta de que lo único que me mantenía entero era ese enojo, y que ahora dio paso a la culpa, o a la tristeza, o andá a saber qué, o todo eso junto. Sí, mil toneladas de todo eso junto.

Empiezo a repasar toda la conversación, desde el principio. Pero, ¿cómo había empezado, todo esto? Ya ni me acuerdo, ¿puede ser que no me acuerde? ¿Nos pusimos a gritar de pronto, sin aviso? ¿Porqué carajo no tengo registro de lo que pasó antes, tampoco?. Y entre ese “antes” y el silencio de despedida en el ascensor, lejos de olvidarme de nada, lo tengo todo impreso en las pestañas. Sin pedirme permiso, mi cabeza revive palabra por palabra toda la conversación, toda la discusión, todo el griterío. Pensándolo ahora, lo más terrible no fueron los gritos, o los insultos, o la montaña de frases hirientes que nos echamos encima, en ese momento el enojo nos escudaba de cualquier cosa; lo más terrible fue ese silencio que vino después. No sé cuánto tardó el ascensor en llegar a planta baja, o cuántos kilómetros medía el tramo hasta la puerta, pero a mí se me hizo insoportable. Y no pude decir una palabra hasta que ya estaba del otro lado del vidrio.

“Hasta nunca”, le mandé, y ya tengo la mano en el celular para llamarla de nuevo. No tengo ni siquiera que sacarlo del bolsillo, mis dedos se saben ese recorrido de memoria, pero paro sin haber marcado más de tres números. ¿Cómo la voy a llamar ahora, después de todas las cosas que le dije? Cuatro números. ¿Y si ella está pensando lo mismo que yo? Cinco, seis. ¿Y si me corta, o si ve que soy yo y ni siquiera me atiende? Siete, marco despacio, ocho números, y de pronto le doy treinta veces al botón de borrar, como para estar seguro.

No, no la puedo llamar ahora. Encima, el semáforo está otra vez en rojo. ¿Qué hice, me quedé parado toda una luz verde y me la perdí? Parece que sí, que más de una, porque ahora que veo, hace media hora que me fui de su casa. Mientras tanto, la llovizna terminó de empapar mi campera, que ahora ya no me defiende del frío, y llevo tanto tiempo parado que mis piernas se quejan como si hubiera corrido todo el camino (¿o es que corrí todo el camino?). Antes de terminar de decidir si sentarme un rato o no, ya recorrí los tres metros que me separaban del escalón de entrada de un edificio, en donde finalmente me derrumbo.

¿Otra vez estoy pasando mentalmente por toda la escena? ¡Basta! Al menos, veo toda la discusión en un solo vistazo, como si estuviera mirando un album de fotos, menos doloroso que un recuerdo detallado. E incluso ahora, media hora más tarde, cuando me vuelve a la cabeza la parte del ascensor, me duele muchísimo más que todo lo anterior. Fue el sello, la firma que hizo auténtica la conversación, sin esa parte sería todo menos, ... definitivo.

Vuelvo una vez más a la realidad, y estoy mirando el celular de frente: lo sostengo con las dos manos, apenas separado de mi nariz. Esta vez no marco nada todavía, antes clavo los ojos en donde dice “3:43 am”. Es capicúa, y lo primero que me imagino es que se lo muestro a ella, se lo hago notar, y se ríe, y me dice lo mismo que me dice siempre que comento alguna pavada. ¿Y si no lo vivo nunca más? ¿Cuándo fue la última vez que la hice reir así? No me acuerdo. Si sabía que era la última, me aseguraba de no olvidármela jamás, pero ahora ya es tarde.

No se puede terminar todo así, ... ¿o sí? Sigo con la vista en la pantallita. Arriba del ahora “3:47 am” empiezan a aparecer los dígitos del número de su casa, los debo estar marcando yo. Miro y miro el número, ahora completo, pero por segunda vez no puedo apretar “llamar”. Sencillamente no puedo, mi cerebro no quiere enviar la orden.

Me levanto, y antes de darme cuenta, mis pies están deshaciendo el camino hasta la casa de ella; yo estoy demasiado confundido como para detenerlos. Pienso cien mil cosas que no le voy a terminar diciendo nunca, lo sé perfectamente, pero de cualquier manera las ordeno en mi mente. Cuando la tenga enfrente voy a tener que improvisar: todo plan previo se va a evaporar ni bien me clave esos ojos suyos, profundos, que ya conozco tan bien. No sería la primera vez que pasa, ¡y por favor que no vaya a ser la última!.

Ya hace diez minutos que tengo el índice apoyado, sin hacer fuerza, en el botón del portero eléctrico. Inútilmente, planeé todo lo que tengo que decirle; ya me imaginé cómo la voy a abrazar, dónde la voy a besar y qué palabras voy a usar para las mil y un disculpas que le debo. Tengo que apretar el botón, nada más que eso, ¿porqué me cuesta tanto?

Algo me sacude de mis pensamientos, y me asalta una sensación de inminencia insoportable. ¿Es el ruido de un auricular que se levanta? ¿Apreté sin darme cuenta?

“... ¿sos vos?”, pregunta una voz cansada de llorar, su voz. Sí, apreté sin darme cuenta el maldito botón, y ahora tengo que decir algo. ¡Si sólamente se me fuera el nudo en la garganta que no me deja hablar!, pienso, y mientras tanto empieza a formarse en mi cabeza la idea de dar media vuelta e irme. ¡Tengo tanto miedo! Ahora me doy cuenta, por eso es tan tentador, ¡pero no puedo irme así, no después de haber llamado!

En menos de un segundo, sin haber dicho una palabra, estoy de nuevo a más de tres cuadras, esperando al semáforo y mirando mis cordones desatados, sin verlos en realidad, con los ojos fijos en el recuerdo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No lo termine de leer, pero...Bajon, ¿no?
Nah, ta copado :) Bien escrito.

Pau dijo...

Yo si lo termine. Y me gusto.

Pero si me volves a hacer acercarme a llorar, no te hablo mas, ok?

Besos y paso su señor blog a los contactos de mi blog.

Anónimo dijo...

Mire usted,las vueltas de la vida...No sabía ni que escribías ni que lo hacías tan bien.
Entre de curiosa por el link en el foro y me encantó mucho de lo que está por aqui escrito.
Felitaciones che!
un besazo y pasare mas seguido

(y espero que la memoria no te falle y te acuerdes de mi y de Lacroze (?)nah,deja )

Anónimo dijo...

"me encanto mucho" suena horrible!!!
Por que no puse "me gusto" o "me agrado"
ahhh
me olvidaba:granadina_exotica@hotmail.com

ya esta,no jodo mas..